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martes, 2 de agosto de 2011

Los cuentos de hadas, no existen en la vida real.

Desde muy pequeña siempre me hicieron creer en fantasías, en  ilusiones a través de los cuentos de hadas, mágicos, y maravillosos que me leían antes de dormir, o en el jardín... No digo que eso haya sido malo, al contrario son recuerdos hermosos que quedaron de mi niñez, además creo que a esa edad, todos los chicos necesitamos creer en la magia, en las princesas, en los castillos, en los super poderes, en toda esa clase de cosas. 
Pero al crecer nos duele saber que nada de eso es verdad, que nuestro hogar no es un castillo, sino una casa común y corriente donde tu hermano es un hermano común y corriente, no un príncipe, donde tus padres son trabajadores, no reyes.  La mayoría de las joyas que uso son de material sintético, no de enormes, brillantes y hermosos diamantes con los que soñábamos. En las grandes fiestas nos trasladamos con vehículos, no con carrozas enormes, o en calabazas que se trasforman en hermosos carruajes acarreados por fuertes caballos.
Y lo principal y tal vez lo más doloroso a medida que descubrimos que no son real, que no existen los príncipes azules yo creo que es lo que más nos cuesta entender, y por eso no paramos de buscarlos.  Luego las princesas esas que eran hermosas, dulces, solidarias. Al crecer NUEVAMENTE nos damos cuenta que esto no existe, que la mayoría de las princesas son arrogantes, creídas, caprichosas y posesivas. A las cuales les importa nada más la belleza. 
Eso es algo que hoy en día nos importa a todas.
Y por último están los malos esos que hacían odiarse porque no dejaban que la hermosa chica esté con el príncipe o que la princesa no encuentre al amor de su vida. Con el tiempo me di cuenta que estos si existen en la vida real, pero muchas veces se hacen detestar mucho más que cuando se interponían en el amor de los cuentos. Ya que nos dañan a nosotros, o a personas que queremos, estás personas no tienen poderes, ni nos ponen veneno en las manzanas, sino que nos pegan en donde más nos duele, en nuestro punto débil. 

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